viernes, 10 de septiembre de 2010

Crónica de un erasmus: Múnich (I)


Hacia las diez en punto de un jueves que no es cualquiera aterrizaba en Franz-Joseph-Strauss. Un par horas después me encontraba en lo que será durante nueve meses mi nuevo hogar. Verde, mucho verde. Casitas de película, gente rubia y muchos bmw. Así empieza mi nueva vida en Múnich.
Algo de confusión e intentos de comunicación mientras intentaba conseguir las llaves de mi residencia. Al final tuve que llamar a nuestra coordinadora, Maria Jesús, para que solucionara el problema (la peculiar señora Brendel estaba de día libre). Y después todo fue rápido: dejar las maletas en la residencia, comprar algo de comida (deliciosos macarrones que nos preparé), e ir a Ikea a comprar algunas cosillas para poder sobrevivir. La cosa es que la gigantesca tienda se encuentra como a mil kilómetros de nuestra tranquila zona. Así que nos tocó coger el U, el S y andar otros veinte señores minutos.
La vuelta fue lo mejor. Parece que los españoles tenemos una cara tan particular que se nos reconoce mundialmente. Así que a unos alemanes, cerveza en mano (aquí está permitido beber cerveza en metros y demases) vieron su oportunidad de practicar su escaso castellano. Chica latina. Y ahí queda.
Y tras cenar algo de pasta que nos sobró de la comida, y unos tomates cherry-pera (sí señor, y riquísimos que estaban) nos disponemos a conocer la noche muniquesa. Así, a la aventura. Y nos topamos con un bar al estilo inglés, con una barca enorme colgada del techo y un camarero chino muy simpático que nos sirvió en mesa.
La siguiente parada fue un bar más "hippie", con un peculiar camarero y jarras de medio litro de Bier por el módico precio de tres euros (un lujo en München, vamos). Flipando nos quedamos cuando, así sin más, comienza sonar Estopa. Y encima dos canciones. Así de irónico es el azar.
Llega el momento de ir a casa, que hoy teníamos que madrugar y la cosa no estaba para tirar horas de sueño (teniendo en cuenta que el día anterior me había tumbado poco más de dos horas). Así que, confundiendo columnas con panales (el metro da para mucho) volvimos a nuestros respectivos pisos (el mío más fantasma que otra cosa).

Hoy, con más relax, nos hemos dedicado a patearnos el centro tras una parada en Starbucks. Simplemente puedo decir una palabra: IMPRESIONANTE. Las cuidadas calles, die Frauenkirche, los preciosos edificios, el ambiente de las cervecerías al aire libre (donde he probado el famoso jamoncillo con Käse mientras brindábamos con el músico y hacíamos amistades con el ambiente), los puestos de fruta, la música en directo, Marienplatz, las variadísimas tiendas, la gente, el Starbucks... Son demasiados los motivos para enamorarse de esta ciudad. Y es mi segundo día.

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