No le interesaban las palabras mustias y envenenadas que día y noche llegaban a sus oídos. Sólo aquella aliteración de melodías sin voz. El susurro de las hojas que caían durante el transcurso del otoño. Los gritos de las olas que chocaban contra el acantilado. Esas canciones que le dedicaban las gaviotas todas las mañanas.
Y por supuesto, quería compartirlo contigo.
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