martes, 10 de agosto de 2010

Preciosa aliteración compartida.

Trataba de encontrar aquella armonía que sólo le otorgaba el silencio. Esa mezcla de sonidos sordos le producía una maravillosa sensación de plenitud, de calma. No buscaba nada más.
No le interesaban las palabras mustias y envenenadas que día y noche llegaban a sus oídos. Sólo aquella aliteración de melodías sin voz. El susurro de las hojas que caían durante el transcurso del otoño. Los gritos de las olas que chocaban contra el acantilado. Esas canciones que le dedicaban las gaviotas todas las mañanas.
Y por supuesto, quería compartirlo contigo.



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