domingo, 14 de marzo de 2010

De cara a la pantalla.


Eres un telespectador pasivo. Huyes de los problemas mientras contemplas los de otros desde tu cómodo sofá aterciopelado, presuntuoso. Una copia barata que Ikea plasmó de algún antiguo sofá burgués del siglo XVIII. Pero no lo terminas de entender. No huyes de los problemas, sólo los espantas temporalmente. Huyen de ti asustados, temblorosos. Pero volverán multiplicados para hacerte frente. Entonces será difícil que les ganes la guerra, muy difícil. No obstante, ante la pantalla nada se complica. Las cosas malas sólo les ocurren a otros. ¡Sí, ya! La vida real no es ese cuento que tienes en la cabecita. La vida real es complicada y absurda. ¿Complicada? Eso lo sabemos todos. Todos menos tú. Porque tienes la convicción de que ante la pantalla los problemas se esfuman. ¿Absurda? Eso sí lo sabes. Lo ilógico reina allá donde alcanzan nuestros sentidos. Algún día tendrás que salir de tu pantalla y enfrentarte a la realidad. En la realidad no existen los finales felices, tampoco los problemas pertenecen a otros. En la vida real los problemas los posees tú, y serás tú quien tenga que enfrentarse a ellos. Cara a cara. Y cuando seas consciente de ello, se habrán duplicado. Huir de los problemas sólo hace que terminen por acumularse, uno tras otro. Tendrás una pila entera de problemas multiplicados, empezando por el olvido y el rechazo. Y a continuación vendrá la desesperanza y la ansiedad. Para acabar, la soledad. Sí, esa gran amiga que a menudo nos acompaña sin quererlo, pero en tu caso le estás ofreciendo la mano para que se siente a tu lado. Crees que te gusta su compañía, pero sabes perfectamente que TODO en exceso es malo.

La cálida manta parece segura, atisba un refugio imaginario contra la realidad. Cuidado, la realidad puede marear, indigestar, hacerte vomitar, pero reitero, el exceso no es bueno, y ese exceso de irrealidad también puede destruirte por dentro.

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