lunes, 8 de marzo de 2010

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Se sentía sola, aislada completamente de la realidad. ¿Nunca te has sentido así? Puede que sí. No podemos entrar en la mente de los demás para analizar sus emociones. Simplemente ella se sentía así. Fuera del mundo, envuelta en una burbuja de cristal que algún día tendría que explotar, como explotan nuestras emociones más profundas. Pequeños chorretones oscuros se derramaban por su cara acompañando a las lágrimas. ¿Lágrimas provocadas por qué? Ella no lo sabía. Sólo sabía que no se encontraba bien. Esperaba que fuera algo temporal, que tarde o temprano se le devolviera a la realidad.

La verdad es que no existían auténticas razones para sentirse así. Pero hay tanta ilógica en nuestra existencia, tantas cosas que jamás comprenderemos… En fin. Sólo lograba ser feliz durante ese pequeño rato en que escuchaba su voz al teléfono. Esa voz que tanto le gustaba y que conseguía hacerle esbozar una sonrisa. Poco más le producía felicidad: los libros. Una tarde de lectura la mantenía evadida de la rutina. Pero tras las líneas, con el último párrafo, volvía a encontrarse de frente con el hastío del día a día.

Los aspectos superficiales le entretenían. Pero era un pasatiempo inútil, superfluo. Es curioso que las cosas superficiales logren aburrirnos en tan poco tiempo. Las tenemos en cuenta, de hecho la sociedad se basa en la superficialidad, en la fachada y la cara exterior de cualquier ámbito, pero al fin y al cabo terminamos buscando “algo más” que nos llene. La naturaleza humana, así de incoherente e inconstante, imposible de controlar. Pero hay que resignarse si queremos atravesar con éxito este camino plagado de espinas.

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